domingo, 15 de mayo de 2011

Luis Yuseff (Holguin, 1975)


Luís Yuseff Reyes Leyva
(Holguín, 1975)

Poeta y editor

Licenciado en Química Pura por la Universidad de Oriente, actualmente se desempeña como editor principal de Ediciones La Luz.. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y la Asociación Hermanos Saíz (AHS).

Tiene publicado los poemarios:
El traidor a las palomas (Eds. Holguín, 2002)
Vals de los cuerpos cortados (Eds. Holguín, 2004)
Yo me llamaba Antonio Boccardo (Eds. Almargen, 2004)
Esquema de la impura rosa (Eds. Vigía, 2004)
Golpear las ventanas (Ed. Letras Cubanas)
Salón de última espera (Editora Abril, 2007)
Los silencios profundos (Eds. Holguín, 2009)
La rosa en su jaula (Eds. Oriente, 2010)
Los frutos de Taormina (Eds. Matanzas, 2010).

Ha compilado la obra de escritores jóvenes, publicadas en los tomos El sol eterno (poesía), La isla en versos (poesía), Memoria de los otros (cuento), y Todo un cortejo caprichoso (narrativa).

Su obra ha sido distinguida con varios premios, entre los que se encuentran, el Ciudad de Holguín, Premio Alcorta, Premio Anual de Poesía América Bobia, y Pinos Nuevos, todos en el 2003; Premio Calendario, 2005; Premio Nacional de Poesía Adelaida del Mármol, 2008; Premio Oriente de Poesía José Manuel Poveda; Premio José Jacinto Milanés de Poesía, y el Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, todos en el 2009. En el 2011 en Centro de Promoción del Libro y la Lectura en Holguín le entregó la Distinción Beby Urbino como reconocimiento a su labor en la promoción de la literatura holguinera y cubana.

Poemas suyos aparecen recogidos en varias antologías, revistas y periódicos de Canadá, Perú, El Salvador, Honduras, México, Nicaragua, España y Nueva Zelanda.

( Dirección de correo electrónico: yuseff@baibrama.cult.cu )



del libro “Golpear las ventanas”, 2004
CANCIÓN NAPOLITANA

Yo siempre quise tener un perro de aguas ladrándole a la soledad.
Y me fue dada una calle de mar anchísima
por la que parten cada año los amigos. El gris de su lejanía.
Cuerdas para atarme al pasado.

Los ojos verdes de Tania se parecen a Madrid.
Ajena y entrañable. En La Gran Vía. O en el Canal de Panamá, sacando su voz del pecho. Reconociendo la libertad nuevecita. El grito contra el enemigo común, por vez primera, sin altavoces. Sin ser convocada por los oficios del deber obligatorio. En nombre de/ por/ para/ con/ sin. Sólo una emoción real cuando me escribía “Mercedes cantó Dale alegría a mi corazón... Le saqué una foto que conservo aún dentro de mi cámara, pensando en ustedes y en los deseos de que estuvieran allí”.

Isell, en Viena, continúa enojada conmigo. Y la comprendo.
Como fe de vida me dejó un fragmento transcrito de Primavera con una esquina rota.
Y una última visita el día antes de marcharse a Austria.
A hacer muelles. Los resortes -dice- de su felicidad.

Lourdes dibuja sobre el papel de rosas en Isla Negra. Imita soledades con las fibras alcalinas.
Junto a mis afectos ha dejado un piano de barro. Una caricatura atroz. Y el hueco en la altanoche por donde se escapaba tomada de la mano por la tristeza de turno.

Mis amigos ya no se parecen a mis amigos. Han aprendido otras lenguas y beben agua embotellada. Tanto cambiamos de un lado y otro.
A veces deseo que nunca más regresen.
Creo que no me reconocerían.
También yo me he transformado.
Mi cuerpo se ha vuelto de agua. A diario me surca la estela.
Levanto señales de humo. Hago ondear el pañuelo en el aire
como en una canción napolitana...


NUEVO SALMO DE ASAF CONTRA EL ENEMIGO

………………………………Miró enloquecido los rostros plácidos de su pueblo
………………………………y de los músicos de Asaf. Inspiró profundamente y
………………………………de su corazón se elevaron unas terribles palabras...
…………………………………………………………….[ Robert Graves]

Odia al enemigo. Súmate al coro. Levanta tu voz contra el enemigo.
Envenena sus pozos. Que sus aguas se conviertan en manantiales de muerte.
Quema sus siembras. Que de noche mientras duerme
se le eche encima el terror mordiéndole los labios.
Que el fuego siegue sus cosechas. Y si alguna semilla útil quedara después de la devastación
si en la próxima temporada ves crecer sus trigales
desea que arrecien lluvias bíblicas. Abre diques. Desvía el cauce de los ríos. Envíale plagas.
Dificúltale el camino a tu enemigo.

Sírvele miel y granos a tus dioses.
En sus altares pide para tu enemigo todo el mal del mundo.
Desea que el vientre de su esposa se seque como una fruta madura al sol.
Que no le dé hijos para alegrar las tardes junto a la choza. Y si los tuviera
si los dioses no te escucharan deséale que una víbora muerda su talón. Que vaya al bosque por leña y distraído coma de algún fruto envenenado.

Levanta columnas de humo por el Norte. Ataca por el Sur.
Siémbrale la duda. Provócale el pánico. Créale el caos.
La desunión.
Divide a tu enemigo.
Levanta falsos testimonios. Que sus aliados lo culpen.
Le maldigan.
Le den las espaldas.
Coloca bajo su almohada la prueba del crimen. Distínguelo.
Deja que juzguen inmerecidamente a tu enemigo.
Que lo condenen a morir de sed/ de hambre.
En sus bodegas remueve la serenidad lacustre del fermento de los vinos (La sangre que bendice la mesa donde come). Y derrama el viejo amargo vino del rencor sobre su pan.
Pudre sus levaduras. Que no tenga cómo invocar a su dios. Fuego para calentar los huesos de los suyos. Mesa donde sentarse a comer en paz.

Deséale la muerte al más viejo de su casa.
Que se quede solo el sicomoro donde se recostaba cada tarde.
Y que el sicomoro dure muchos años para que le recuerde que en ese sitio su padre sembró un imposible.
Hiéndete en el recuerdo que más le duela.
Derrama sal sobre su herida. Insiste.
Que cada nuevo día sea una hornada de humillación para tu enemigo.
Apedréale los perros. Deja los cadáveres hinchados colgando del robledal florecido junto al camino.
Que la jauría llegue a los prados donde a una palmada los conejos levantan las orejas y saltan al oleaje infinito de las yerbas.

No descanses. Odia a tu enemigo.
Que al cruzar el iris sobre los campos encuentre muertas sus palomas.
Que los patos salvajes coman peces amargos.
Que las lagunas se sequen. Se vuelvan de sal los campos.
Que no obtenga ni fruto ni sombra.
Que un rayo abra en dos el pecho a su caballo.
Que no tenga paz el hombre al que tanto odias.
Con ese odio visceral. Telúrico. Capaz de detener el rumbo de los vientos.
Cambiar el curso de las noches y los días. La órbita a los astros.
Encárgate de que sus aliados no le escuchen.
Hazlos sordos a su lamento. Sordos. Y mudos. No permitas que tu enemigo en la hora de su muerte tenga una palabra de consuelo junto a la cama.

Ódialo. Mancha su camisa blanca. Levanta arcos de triunfo sobre su derrota. Piensa que en tu caso él haría lo mismo.
Y prepárate para el día que lo veas finalmente junto a la choza hecha cenizas surgir de entre las huestes vencido. Dar un último paso al frente.
La espada clavada en la tierra. Y el carcaj vacío.
Prepárate para el día en que lo veas echarse sobre el cadáver del más pequeño de su casa y rasgarse en prueba de dolor los vestidos poseído por ese dolor hondo que le ha dejado sin fuerzas para pedir que le mates. No te apiades. No abdiques en ese último minuto. No revientes su cabeza.
Tendrás que ser tan cruel como hasta el momento.
Déjalo con un nudo latiéndole en la garganta. Apretándole el pecho.
Pero si por alguna inesperada razón te domina la piedad
y recuerdas que «el dolor donde esté es tierra santa»
no perpetúes su pena. Que no vacile tu mano...
Que de regreso a la choza donde te aguarda el aceite para curar las heridas puedas echarte a dormir en paz entre los paños. Y en el sueño
al mirar atrás hundiéndote como una barca en la noche
encuentres tu corazón bajo los astros
pastando mansamente junto a las bestias luminosas de la inocencia.



del libro “Vals de los cuerpos cortado”, 2004
KODAK PAPER I

Hay días en que me prohíbo tener amigos.
Sin embargo tengo amigos. Los he amado con el ardor de la pólvora mojada en la garganta. Y así lo digo. Con el delirio del que está viviendo sus últimos días. Y posee sólo algunos pájaros muertos que alimenta entre las manos.
Cosas sin sentido. Tal vez porque no tienen ya sentido
las cosas. Y duele como si pegara el rostro al fuego de la lámpara donde ardía la mariposa de tus juegos nocturnos.
De tu llegada a deshora. Pidiendo un poco de conversación.
Palabras que sirvieron de consuelo para que el deseo no terminara entristeciéndonos.
Soledad del tercero. Que podías ser tú. O yo.
Todo dependía de la habilidad con que desplazabas las sombras sobre la cama.
Cosas que sólo entendemos los dos. Sabes cuánto oprimen.
Hubiera querido celebrar juntos el año del conejo.
Bebernos de un golpe las tristezas como en los tangos de Contursi.
Tenerte por sabio y hermoso. Recibirte con la noche rezumando en el cristal de la taza donde bebías el primer café de la mañana.
Tenías peces. Cerámicas. Grafitis en las paredes. Me imitabas.
«Uno termina pareciéndose a lo que ama» (recuerdas).
Cómo temblaba tu voz. El plomo de la traición cuajando.
Y unas pocas palabras para justificar.
Palabras que terminaron por confundirnos.
Tratando de escribir el nombre de las ciudades
a las que soñabas (sueñas) partir algún día.
Groningen. Hamburg. Poznan. Países de hielo.
Versos que serán de agua entre tus manos.
Altas cumbres y tú que pedías un poema para el amor
que hace figuras de barro.
País de hielo. Miro la fotografía donde posas.
Llevas mi camisa negra.
Tratas de hurgar en la lujuria balcánica. La punta del deseo.
El labio que escupa sobre las sábanas tu esperma.
País de hielo ya nada puedes hacer
para acabar con los días en que me prohíbo tener amigos.



del libro “Salón de última espera”, 2007
NEGRA LECHE DEL ALBA TE BEBEMOS AL AMANECER
(Oración para pedir la rosa de nadie)

I
Bebiendo a sorbos de muerte, la negra leche del alba, estaba yo contemplando las rosas que me han tocado en este mundo y por las que Dios viene a la tierra, sin el temor de perder el camino que lo llevará de vuelta a las estancias donde sabe estarse quieto.
Allí, a la intemperie, contemplé la rosa suicida de Yukio Mishima, la rosa de oro de Beijing, y la rosa radiactiva del país de los soles rasantes.
Junto a los márgenes evidentes de la sobrevida, estaba yo, pidiéndole una rosa verdadera a Santa Teresita de los Cementerios y le pedía, además, que me ayudara a creer siempre en el gran Amor que Dios me tiene, de modo que yo pudiera echar una mirada a mi alrededor con la paz de los vencidos y la fe de encontrar en las rosas que se me mostraban la flor perdida, la innombrada rosa del Poeta muerto. Pero, en su lugar, se me mostraban todas las rosas del mundo, la rosa escrita de Amherst -la rosa de Emily Dickinson- y la rosa de arena, la rosa de Beirut.
Abrían también a mis pies, la rosa imperial austríaca; la rosa cruzada, la flor negra y la rosa del Ponto Euxino que alabara Ovidio en su exilio. Otras, en cambio, se negaban a ser miradas, como la rosa hermética de la Cábala y la rosa mágica y secreta de los judíos.
Ya me marchaba a las horas brutales de la autocompasión, cuando una rosa, al centro de la noche umbría, se alzó como una estrella de sangre sobre los coágulos de la aurora. Y allí estaba frente a mis ojos, resistiéndose al fuego sobre un montículo de cenizas, la rosa de nadie, que resultó ser nada menos que la rosa de Paul Celan.

II
Paul Celan aparta el coágulo de los labios, la rosa de las ruinas; sopla en la jarra donde bebe y su aliento acompaña la mordida al fruto de los mudos, al corazón que mastican sus asesinos, en silencio.
Abre las páginas del diario. Apunta: “
Una sombra sobre las aguas
del Sena es una imagen fácil de retener en el papel callado
...”
Paul Celan proyecta a la masa líquida el cuerpo de un hombre.
Y ese hombre escribe cantos por doquier.
Cómo es posible escribir versos, Dios mío, no antes o después
sino durante la concentración de las almas, cuando los días se
pegan con un hilo gelatinoso al cráneo.
Por último, lee a Hölderlin: «
A veces el genio cae en la oscuridad
y se hunde en el oscuro pozo de su corazón
».

III
Su corazón se hunde.
El otoño comienza a dictarle monótonamente una frase:
«Tiempo es de que sea tiempo».
Y mira a la tierra con un dolor humano.
Es el tiempo en que deben florecer los almendros,
las piedras dar fruto suave,
conversar y luego escribir un poema,
sin levantar sospechas.

IV
Cómo escribir un verso.
Me aparto el hambre con un golpe de ojos en la garganta y
concluyo: «
Escribir un poema después de Auschwitz es
bárbaro
» (Theodor Adorno).
Por eso no escribo, dejo gotear la negra leche de los labios
negados a beber, sincronizo los relojes, decido por un tiempo
que habrá de llegar como un golpe de agua o como el río que
devuelve sobre los bancos de arena a sus difuntos.

V
Santa Teresita de los Cementerios, pido para nuestros muertos,
la rosa que habrá de acompañarlos mientras duren los días de
Paul Celan sobre la tierra.



del libro “Los silencios profundos”, 2009
EFECTO CAFÉ BULEVAR

……………………….Y todo está dispuesto de este modo,
………………….........……..para que no salgamos del mágico círculo.
…………………………………………….[ Ossip Mandelstam ]

…………………….....……………..Para Gabriel una isla propia.

Entro. Pido el último café. Elena Burke es un recuerdo.
Todo es frío bajo los toldos.
Por momentos la lluvia de tránsito nos obliga a adentrarnos.
Descendemos a otros arcos protectores.
Patio interior de piedra. Asfixiante.
Aquí se vive arduamente. Se hace un espacio
a cada provincia. Y otra se acerca mientras pides un café.
A cambio de una moneda tendrás la joya blanca
entre tus manos. Es amargo el trago para beberlo despacio.
Ha de ser despacio para que el trago baje amargo.
Y comienzas a conversar. Pues aquí se habla vivamente.
Interrumpidos por la mano que pide con hedor e insistencia.
(También mi mano es pobre y la guardo bajo la madera).

A veces soy interrogado como cualquier ciudadano
que bebe su café. Su trago amargo. Y respondo.
Me identifico con habilidad para no agotar el tiempo.
Bajo la luz todo es minuto tras minuto
un detenimiento innecesario. Una espiral que se verticaliza.
Y asciende. Asciende el humo del café.
Y justificas los desplomes. Demasiado recientes que somos.
De ayer mismo. Amar es una isla.
Y morir es adentrarse a la mar coagulada.
Un aroma de azucenas. Un estarse quieto bajo los toldos.
«De transparencia en transparencia» obnubilados.
Viejo Eliseo que bebes tu café. Tu trago amargo.

Aquí vienen a morir los poetas.
Y un ángel fatigado vuela bajo otro cielo. Y otro ángel
comienza su discurso en el sopor de las fabulaciones.
Otro revienta su cabeza contra el asfalto.
Llora otro de rodillas. Y el pez angelecido se muere de tristeza.
Alza su vuelo bajo el cielo empedrado
de Madrid. Sin voz. Sin alas. «Hasta de espaldas se ve
que está llorando». Pero todavía hay tiempo.
Bebamos el último café mientras María Teresa nos canta.
Qué cante el Benny su página ruinosa.
Qué Bola sea una flor negra sobre el piano.
Qué Celeste rompa el adoquín con su paso.
Que aquí cada poeta tiene su caballo blanco.
Su leopardo. Su canario. Sus dos patrias.
Que el cuerpo de una isla no se sostiene sin un buen verso.
Pues sobrevivir bajo los toldos es una fiesta.
Y cada fragmento de imán transmuta en oro.
La Bella Cubana bebe en su Capilla de Cobre el trago de café.
Su trago amargo. (Transformada la medialuna
bajo sus mínimos pies el aroma de las mariposas
se confunde perversamente con el vuelo del colibrí).
Flota una tabla en la bahía. Es tiempo de pedir
por nuestras vidas. Y pedimos confusamente.
Casi sin darnos cuenta a cada paso.
«
Flor de isla, tú te ofreces aromática y gentil
como una taza de café
». Tú despides a la mujer coronada
con laureles ─«ni libre es ni la prisión la encierra»─.
Sus huesos se pudren donde la tierra es menos blanca.

Porque en verdad nunca fueron tan importantes los poetas
como en este Café bajo los toldos. Decadentes. Y felices.
Pero de improviso algo se transforma tras las rejas.
Y te hace pensar que de nada sirvió la culpa
de Juan Clemente Zenea. El destierro de Heredia.
La muerte de Plácido. Las cartas de amor de Juana Borrero.
Ni el pulmón asfixiado de Lezama.
De nada sirvió que Julián del Casal se muriera de risa.
De nada ha servido escribir un buen poema
cuando Fina anuncia su «dulce nevada». Y la nieve
comienza a caer sobre los toldos.

Este Café no es el sitio de siempre.
El sol sobre el mármol blanco se evapora.
Y quiero marcharme. Escapar del frío. Esta no es mi sangre.
Prometo no regresar. (Vuelve el agua inmarcable
a la arena. El mar entre las tazas conforma
un plano alucinante). Sobre la mesa roja ya estoy de vuelta.
Ya entro a los círculos de hierro como un animal viciado.
Nuevamente. Y pido el último café. Y otro. Y otro…
.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermosos poemas...gracias por compartir