sábado, 20 de diciembre de 2008

Alexis Castaneda (Santa Clara, 1957)



Alexis Castañeda Pérez de Alejo
(Santa Clara, Villa Clara, 1957)

Poeta, ensayista y crítico.
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Graduado de Historia y Periodismo, labora actualmente como especialista principal en el Comité Provincial de la UNEAC, Villa Clara; y mantiene una página fija en la revista Umbral (revista de pensamiento crítico y creación artística y literaria que mira desde la cultura y en la provincia de Villa Clara, fundada en 1969), así como es miembro del consejo asesor de la revista Signos (también fundada en Villa Clara/1969 por Samuel Feijoo).

De su autoría se han publicado los libros:
  • El sitio de la soledad (poesía), Editorial Capiro, 1999.
  • Yo simplemente hago o La Aventura de El Mejunje (testimonio), Editorial Sed de Belleza, 2001.
  • Un episodio desconocido de la Vanguardia Cubana: los murales al fresco de la Escuela Normal de Santa Clara (ensayo en coautoría), Editorial Capiro, 2001.
  • Vicios de la nostalgia (poesía en décimas), Editorial Capiro, 2001.
  • Revelaciones del silencio (poesía), Editorial Capiro, 2008.
Su obra también aparece en las antologías Añorado encuentro, Ediciones Extramuros, 2001; en Que caí bajo la noche. Panorama de la décima erótica cubana, Ediciones Ávila, 2003, ambas realizadas por Waldo González López; y en Silvio: te debo una canción, Ediciones Santiago, 2004.

Además, trabajos suyos de crítica artística y literaria han sido acogidos por diversas publicaciones cubanas, entre ellas: la Gaceta de Cuba, Revista del Libro Cubano, Signos, Umbral, Juventud Rebelde, La Jiribilla, La Isla en Peso, Areito Digital, El Habanero, Periódico Vanguardia.
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Por su quehacer literario ha sido distinguido con:
  • Premio del II Concurso Internacional de Poesía del Círculo de Collegno, Italia, 2000.
  • Becas de creación concedida por el concurso nacional Ciudad del Che, convocado por el Comité Provincial de la UNEAC en Villa Clara, a un proyecto de libro de poesía, 2002.
  • Mención Honorífica en el I Concurso Internacional de Poesía Julia Doreste, Instituto de Cultura Peruana, 2003.
  • Beca de Creación 2006 en el concurso nacional Ciudad del Che, esta vez a un proyecto ensayístico.

( Direcciones de correo electrónico: 17deluno93@cenit.cult.cu - ecapiro@cenit.cult.cu )



En el libro EL SITIO DE LA SOLEDAD, 1999
CARTA PENDIENTE PARA ANNA AJMATOVA

Vieja amiga
cuánto samovar ha sonado entre tú y yo,
cuánta dinastía ha estallado en la larga estepa
por donde nos hemos arrastrado
para ahora descubrir
que no solo erramos el mismo camino
sino que el fin de todos los caminos
tendía a ser el mismo
con la misma bebida
y los mismos rebaños.
Los que asaltaron la ciudad
creyendo decidir en buena hora
la herencia de la tierra
luego volvieron a su sombra
buscando las migajas,
descifrando en una historia
—ya muy antigua—
que aquellas no eran las señales, al menos todavía,
de esa estación que les dijeron
sino una primavera inventada por un dios
inventado a su vez por otros dioses;
que ellos también destruyeron lo soñado
porque no todo era odio de clases
sino también amor,
el inmenso amor de unos
por el sitio del otros.
Que en la mañana del juicio
fueron de nuevo sus espaldas
—aderezadas entonces para el júbilo—
las que soportaron el orgasmo,
porque ellos se quedaron por la puerta del fondo
esperando el hedor de las migajas
(ese acto donde el hombre siempre muere
y es el espectro de su hambre)
Pero tal vez no sea tan tarde, vieja amiga,
porque estamos tú y yo
tratarnos de encintrarnos
cuando los colosos
se han aburrido de apedrearse
y necesitan de los labios
como única manera
de cruzar el precipicio.
Estamos tú y yo, amiga
tratando de que por primera vez
en esta historia
el asesino no regrese
al lugar del crimen,
borrando las huella
para si vuelve
al menos no recuerde el olor de la víctima


PERDIDOS EN LA NOCHE

Yo tenía un patio,
algunas margaritas,
y un viejo tronco
que esperaba el buen tiempo para el retoño.
Todo aguardaba por el abono
que traerían tus manos
desde esa sombra donde crecías;
pero ha muerto tanta lluvia,
tanto invierno ha pasado hacia el sur,
y en qué medianoche podemos encontrarnos,
en qué sitio enterrar nuestro aullido,
si he perdido también
hasta mi puerta y mi voz
para invitarte.

Qué distancia nos queda hasta el disparo.


POSTAL DE BOLERO

..........................................................para Élsida González
.............................................................para Mercedes Borges
.............................................................para Amaury Gutiérrez

La calle Neptuno es el único lugar
donde acudo a llorar de madrugada,
sin que me moleste
el miedo triste de los transeúntes.
Qué me puede importar si en Los Parados
se ha perdido el polvo
con tantas copas insistiendo
en la garganta de Beny.
Todos pasan buscándolo,
pero una vez más
ha dejado el rumbo estelar de los casinos,
y como yo prefiere olvidarse en estos sitio.
Los violines
—estridentes en la alcohólica armonía—
proclaman por la esquina de Prado
que no puede perderse la oportunidad irrepetible de morir
en la fruición de driles
al compás de ese salmo susurrando
cha
cha
cha.
Las tiendas con sus bocas expectantes
provocan la orina y los abrazos
y un levísimo jirón del país
nutre sus memorias.
Calle Neptuno,
tu has podido enfrentar el mal de ojos:
brujeras, borrachos y travestis
se levantan,
exorcizan las aceras,
y las puertas más sucias
arrojan agua;
son los mismos que se asoman,
los mismos que nos pasan la carga
y se aferran a sus párpados,
a sus repisas llenas de postales,
y se niegan a creer que Beny sea
ese retrato
que más allá del mostrador
las moscas burlan.
Somos muchos ya
los que acudimos a llorar,
a exorcizarnos
de este escándalo,
esta humareda,
este polvo.
No importa que persistan los fantasmas
los traídos,
los que no han podido desovar en la nostalgia
tratando de engañarnos las esquinas,
las sombras y los portales,
a fuerza de sus ojos despintados-ausencias de domingo.
Porque muchos volvemos comprometidos
en este hermoso crimen contra el tiempo;
los mozos fieles
nos abren las puertas más secretas
nos sirven el santuario
donde acude La Habana a beber sus madrugadas.


SOLOS USTED Y YO, DULCE MARÍA

Dulce María,
solo usted y yo sabemos
cuanto vale una casa:
ese exilio irreductible
donde se pueden encontrar
todos los vestigios del tiempo.
Una casa es para usted y para mí
el sitio único y bastante para no robarle al prógimo
sus pocas ilusiones.
Con estas paredes tenemos
para ir y venir
por los recónditos espacios de la luz.
Solo usted y yo sabemos
a qué altura del sol o de la brisa
debemos abrir la puerta
y dejar pasar al visitante
que no viene a traer sino a buscar,
cuando más allá de la cornisa todo se acaba
y no se ha pensado en fabricar un arca.
Una casa
puede guardar todas las distancias cardinales
para salir o llegar
con la memoria precisa.
Una casa es también un poco sus vecinos
que esperan verla arder
o derrumbarse.
Pero una casa no depende
de los golpes del tiempo en su coraza
sino de la asepsia del alma que la habita
y eso, Dulce María,
hace mucho tiempo ya que lo sabemos, solos usted y yo
entre los cercos silenciosos de la herencia.


MOVIL DEL MAGNICIDIO

Tu no querías hacerlo David Chapman
fui yo a tu lado
quien te puso el espejo
y te mostró tu mismo rostro,
el mismo que en la navidad pasada
habías prometido suicidar para siempre.
Tu no sabías que aquel era su paso,
ni procurabas que fuera aquel día
tu cita con su historia.
Pero yo estaba allí
y dejé el exceso de comics en tu pistola
le enseñé el olor tierno de John.
No querías creerlo,
decías que solo era un espejismo
provocado por la sed de un viejo sueño,
solo un pretexto del Welfore State,
que cualquiera lleva espejuelos,
y el cabello muy triste.
Pero yo te lo mostré,
te ayudé a descubrir el halo de Lucy sobre su cabeza
en medio de un reguero de diamantes,
que el raro esplendor que lo seguía
era la sombra de un inolvidable submarino.
Viste tu mismo rostro
y otra navidad brotando en los anuncios.
Sabía que no podías perdonarlo
por eso te llevé hasta aquella calle,
hasta aquel exacto sitio
que no anotó ningún horóscopo.
No podías seguir viviendo el mismo sueño
y un invierno distinto cada año
cuando ya todos se cortaban los cabellos.
Fui quien te dio el secreto
y te dijo que aquello no era un arma
sino un cálamo encantado
que haría que John te mirara y sonriera.
Por eso lo hiciste,
por mi,
porque yo también lo amaba
David Chapman.

1 comentario:

teresa coraspe dijo...

Me gustaron estos poemas Jorge; este poeta que recuerda con nostalgia en sus palabras; que sabe llegar hasta donde debe llegar un poema: ese lugar del alma que tanto conocemos, que mucho se identifica con nosotros para poder ser un buen poema, un buen poeta. Te agradezco que me hayas traído una buena lectura de poesía; dale un saludo, un abrazo de esta poeta venezolana. Teresa Coraspe.