lunes, 12 de octubre de 2009

Pepe Sánchez (Cumanayagua, 1956)


José Sánchez Hernández
(Cumanayagua, Cienfuegos, 19.03.1956)
.
Poeta, narrador y ensayista.
.

Graduado de Ingeniería en Transporte Automotor, es Master en Educación y Profesor auxiliar adjunto de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Cienfuegos.

Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) es, además, fundador y director de la revista cultural Calle B (
http://www.calleb.cult.cu/ ), y miembro de diversas asociaciones internacionales de escritores como el Movimiento Cultural aBrace, el Movimiento Poetas del Mundo, la Sociedad de Escritores de Chile, y la Unión Hispanoamericana de Escritores, entre otras.

Ha publicado:
  • Los dados del viento (poesía), Ediciones Mecenas, 1991.
  • Sueños del tiempo (poesía), Reina del Mar Editores, 1996.
  • El comedor de relojes (narrativa), Ediciones Mecenas, 2000.
  • Paradoja del hombre en su ciudad (poesía), Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 2004.
  • Alfanjes de luz (poesía), Ediciones Mecenas, Cienfuegos, 2004.
  • Caballos sobre el césped (poesía), Literalia Editores y Editorial Paraíso Perdido, Guadalajara, México, 2004.
Por su obra ha obtenido diferentes premios y menciones en concursos de poesía y narrativa, y, textos suyos aparecen publicados en antologías y revistas culturales de Cuba, Holanda, Argentina, México, Colombia, Italia, Uruguay, Perú, Chile, Rumania y España.
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( Direcciones de correo electrónico:
pepesanchezh2000@yahoo.es y cumanayagua@azurina.cult.cu )



del libro PALABRAS DE LA OTRA CIRCUNSTANCIA
CUESTIÓN DE OLORES

El problema es el olor y sus cuchillos.
Puedes partir el limón de la tarde
en dos sueños iguales, casi prójimos,
que a los otros siempre les tocará más amargor,
más cicatrices,
y un confín para rumiar las pérdidas.

Porque tu camisa no huele a domingo planchado
te confunden con un turista del cuarto mundo.
No saben que tu cama de malhechor condecorado
huele a fresas recién exprimidas,
al último quejido del suicida;
ni que esa muchacha, la del relámpago en los ojos,
ha parido un arco iris bajo tu almohada,
una estrella gemela de los amaneceres.

El olor de los presidentes abre puertas
y cierra fronteras,
futuros, aleros íntimos,
como naipe marcado en los labios de un mendigo.
La toga de algunos jueces
tiene el olor de espadas partidas
olvidadas en el alma de los guerreros,
cuando el campo de batalla son un par de camisas
y dos corazones que necesitan respirar, solo respirar.
Y no tienes sangre de vigía ni su lenguaje de humo,
ni un pedazo de muro en cada boca del día,
para mirar si diciembre viene del lado de la luz
o quiere tomar la ciudad de tu pecho, incendiar sus colibríes,
tocando el arpa del dolor.
Hay un pacto entre la ballesta y la flecha:
quien rompa a tiempo suyo la tensión
hará diana en las uñas de la noche.

El problema es la sobrevida personal
y su olor de vikingo desarmado.
A veces, en el paralelo de la suerte,
con la luna y cinco pesos puedes desnudar a una mujer,
comprar máscaras, asientos de palco, entradas
para el club de los vendedores de almas.
Cuál pañuelo para tantos olores mortales.
Qué bandera izar en el mástil de la tristeza.

En pie de guerra tu paisaje interior
de ternuras y azules confidentes,
toda la vendimia y el clamor de lo perdido.
Y solo te va quedando en las manos de la espera
cierto olor a novia de adolescencia,
o tal vez,
si lo piensas irónicamente,
como olían los dedos infieles de tus 20 años.



CIERTOS DÍAS

Ciertos días precisas de un amigo,
de su franca luz sobre la mesa
para cortar el pan, la soledad,
la indecisa brújula
que brinda una mañana de sábado.

Uno sabe lo de siempre,
cómo abrir
la puerta hacia un libro,
el olor rotundo de una página en blanco,
los deberes cotidianos,
esa ventana que da al este de los sueños.
Hace varias derrotas aprendió
a morder las palabras frente al espejo;
incluso, sabe cómo hacer
un ajedrez de fotos sobre la cama
cada vez que añora sus veinte años.

Pero ciertos días te palpas la voz,
vuelves a la eterna pregunta.
Entonces registras los armarios
olvidados en el desván de los días,
buscas toda el ansia, la cal rutinaria
que cubre algún sitial de luz.
Entonces echas de menos a la novia,
a tu primer asombro,
de nuevo eres
aquel muchacho de mirada triste,
el rebelde de profesión, aquel que golpea
las puertas del barrio, o del Estado,
a ver si le abre su identidad,
que sale a la calle en busca de la taberna de su ser,
un rincón de la vida nuestro,
o heraldos que anuncien
la caída de todas las fronteras,
el camino a la hermandad del hombre.

Y no es solo que un día
como la llegada de la lluvia
o de un amigo que no se anuncia
al fin sepas quién eres y no eres.
Es más bien convencerte
sin espejos, ni ojos, ni señales de humo,
quién serás una tarde de otoño
cuando ya no precises de un amigo,
ni siquiera -y esto es lo peor-,
de su franca luz sobre la mesa
para cortar el pan, la soledad,
la indecisa brújula
que brinda una mañana de sábado.



POEMA ESCRITO CONTRA MÍ MISMO

Tú y yo abrimos un expediente manuscrito
con la sangre de Lennon y otros argonautas.
La felicidad es una pistola caliente
y ayer ya no era un candor tu semen
ardiendo sobre mi lengua sucia,
que ha maldecido igualmente a troyanos y aqueos
con la misma saliva judicial que te desnuda.

La foto de mi inocencia ha envejecido
como un perro fiel, seguro de ladrar a la luna
y la cama llena de putas del soldado
que todavía cree en el asta de la patria,
rota en el sordo funeral de los que ordenan.

Yo tengo temblando en mi voz
el cuchillo del que acaba de soñar.
Y tú me pedías más psicoanálisis
mordiéndonos el aliento, vientre y nostalgia,
en el mar delirio de la entrega visible y audaz,
sobre el silencio adulto de un pasado que se filtra;
más comprensión, pedías, para tu boca danzarina
que hacía cortes fatales en mi desnudez
y su franco olor a pirata desconfiado.

Yo buscaba un cariño casi gemelo,
quería guardar en ti mis pobres urgencias;
nada era mejor que olvidarnos del tiempo
y su doble crimen enrejado,
de nosotros mismos y aquellas palabras partidas,
si tu noble puerta de artesana de la luz
le abría un Jordán de dudas al porvenir,
un puerto oculto en el mapa de la tristeza.
Y tú podías ser la esquina de alto riesgo,
una loba que amamanta un deseo huérfano;
pero fuiste la tarde sin preguntas ni escaleras,
la ansiedad recostada a un cuadro de Paul Gauguin.

Tú y yo le abrimos un costado inmediato
al mediodía y los lentos vinos del sexo.
Tú y yo y esta marcha forzosa de los sentidos.
Tú y yo y los lagos del placer y la soledad.
Tú y yo y una espera que no se sabe espera.
Yo miraba en ti a mi carta preferida,
mi puta íntima de carne y hueso,
y tú eras la otra amada del pulmón.
En tu pecho respirar fue un acto consciente.
Tú bebías mi vino infiel en el cuerno de la abundancia,
eran las noches del azar en mi granero;
y yo invadía el maná urgente de tu cuerpo
con la astucia de un mercader de Oriente.

Oh, gitana cordial, vestida de horizonte
y de cartas marcadas por el dolor,
qué bien eres la copa de triunfo
y un sabor a desamparo que se oculta;
mi grito venidero que se desdobla y sigue,
augurio abriéndose, llama, viento y alero;
cómo asistir a tu vencida playa de caricias,
a tu entrega inaugural, propensa a mi sed,
la indecisa ternura sobre el mantel familiar;
con qué oración traspasar la siembra que me dejas,
los íconos de tu piel que invocan mis ojos,
si ya eres mi báculo de melancolía,
mi juego floral de ser y no ser, y viceversa,
mi cabaña tutelar sin rejas ni gorriones.

Pero quiero ver que seas la isla insomne
que aguarda siempre el regreso de mi desesperanza,
los cantos migratorios de estas manos que te necesitan;
aunque vanamente haya olvidado
bajo el mustio ciruelo de la ausencia
y los labios perdidos en el cielo callado de tu nombre
algún rostro plural de mi vieja Ítaca,
y no traiga en los sueños raídos aquel vellocino
como un papiro ilegible que justifique mi partida.



DEL DELIRIO Y LA UTOPÍA

A mí, por el solo lirismo,
una sonrisa de mujer me desarma,
me quita la camisa de fuerza del corazón
como espigas dobladas por el fervor;
sobre todo, cuando más acá de sus labios
la noche hambrienta es una espada desnuda
y los malcriados párpados de sus ojos
cierran las señales de alarma y abren
una indiscreta invitación a la complicidad.

A mí, sin la bruma del romántico,
la mirada de una mujer me descubre
el rompecabezas del delirio y la utopía;
pone satélites espías a girar sobre mi cama
y avienta una alegría codiciosa,
de cantos y cuchillos lanzados
al borde del tiempo y los augurios,
como soledad de agencia, como miedos a crédito
y manos en un búcaro florecidas por el intento,
como la última forma de seducir a la vida.

A mí, con su luz de oficio,
unas manos de mujer me levantan,
me iluminan de raíces las vidrieras del alma;
puedo decir que lamen la aventura de mi cuerpo
y ponen un salterio a respirar con las dudas,
un quitabrumas donde la voz ya no abriga,
y entonces hay que comulgar con ese fuego coral
y su antigua danza sobre la piel,
sostenerse, a duras penas y glorias,
en los andamios febriles de su aliento.

A mí, contra todo pronóstico,
el olor a naufragio de una mujer
me levanta y me descubre a la vez,
lírico y romántico, casi por oficio,
como un condenado a la espuma
tenaz sobre su tabla de hundimiento;
y me arma, en la orilla opuesta del corazón,
con el vino de una pasión siempre nueva,
el rompecabezas del delirio y la utopía.



LA MEMORIA DESNUDA
(tango sin bandoneón)

Todo lo que nos deja ya es parte de tu muerte.
Pero te vas y la noche, esta lámpara muda,
llora un sol bastardo y retórico
que se demora, impunemente,
en el mercado de la ausencia.
Me dejas, sin la isla dual del amanecer,
magia cortada en mitad de un silencio que dialoga;
y no sé quién soy con este olor a catástrofe deseada,
qué hay en el fondo de todo lo que me sostiene:
nombre, mapa, víspera, barco, luna, y te vas.
Me dejas y no sé qué tengo a flote.
Hijo de un naufragio de gaviotas al sur
nuestro amuleto diurno busca el eco de dos sombras,
juego circular, resurrección de la palabra.
Te vas, y el grito de tu ausencia
no cabe en la crueldad de un poema sin ti,
no puede caber en la voz lunar de la entrega.
Te vas, campana mía; y me dejas, sueño escarbado,
expuesto sobre los altos buitres del tiempo,
bajo el chaparrón augural de aquel Había una vez...;
mordida verde, noche fluyente en la vaguedad de su símil,
beso que se curva en la memoria desnuda
como un condenado tango sin bandoneón.
Un sol agazapado, casi vulnerable,
no sirve para apoyar el talón de la duda;
un pañuelo sospechoso de medias tintas
no soporta esta gravedad de ti que toca todas las puertas
y pone de vuelta aquel temblor dentro de mí.
Ay del clamor sin fondo que se está acercando;
un arrollo de luz se rompe
y es tanta la sequía en las riberas del pecho.
Todavía el cáliz de tu sombra marca mi desnudez,
y trueca el ayer en mi ventana por un cielo extraño
y vence mi astucia, mi arco, con un sello de nostalgia.
Que al menos, el día no sea día sin olvido,
ni haya noche sin recuerdo y ganas
de empezar otra vez.
Te vas. Qué bien le haces
a la niebla de la incertidumbre y sus ciegos emblemas.
Me dejas en la historia capital de tu sangre
leída desde otra orilla y otro argumento,
sin el coloquio de la costumbre que me hacía lúcido.

En qué región de mi hora poner cerco a tu imagen.
Mi soledad como un indulto a tu belleza
que sigue convocando a elecciones en mis ojos.
Pero aún me sostiene el bolero sutil de tu piel
que toco desde un adiós inservible.
Nada es igual sin ti. Y lo sabes.
Donde me dueles hay un titiritero sin antifaz
actuando para mi corazón como único público.
Ahora te busco en bodegas de la ternura
donde me hice converso de tus pechos desnudos,
ese juego de analogías que acerca tu vientre a mi boca,
y no hay silencio que te nombre y me llame.
La palabra final entre dos vacíos
como otra forma del delirio.
Te quedas en las cosas que nos recuerdan,
no en mí, preso reloj de tu cuerpo,
que soy porque respiro tu aire.
Ya te oigo torciendo mi silueta
junto al muro de la amistad doméstica;
ya te veo por el bulevar de la utopía
paseando con la risa maquillada.
Tú que fuiste cronista de mi vicio de sueños.
Y qué hacer con tu buen manojo de reclamos
ahora que ya no defiendes mi memoria en los espejos.
Cómo firmar un pacto de no agresión
con estas ganas de ti que quedan en el aire.
El Presidente del País no sabe que te vas,
que tu partida es la peor crisis nacional;
que no hay fronteras, ni razón de Estado,
cuando el amor dicta las urgencias del alma.
No hay Patria sin ti. Nadie soy
y ahora la noche me seduce.
Porque me dejas en la esquina de tu olor respirando
girasoles insepultos, abrazos negados y anegados
de aquella alegría que arrimabas a las cosas
y esos asuntos como herejías del corazón
que uno, para no flaquear, disfraza de lugares comunes.



NUNCA LO DICHO SERÁ TODO


.................................................................................."You may say I’m a dreamer
................................................................................but I’m not the only one"
.................................................................................................[ John Lennon ]

A veces uno quisiera una tregua,
algún reloj partido en el horizonte,
un tiempo para hacer recuerdos de la nada.
Uno quisiera trastocar las calles,
poner días de mar y anuncios civiles
en cualquier esquina de septiembre;
hipotecar el olor de la mujer en abril
por los zapatos sin noticias;
que la aduana y una diva de Broadway
pasen desnudas la prueba del insomnio.
Apenas ser una pancarta del porvenir,
esa verdad a la intemperie;
aquel que camina consigo mismo
cuando ninguna razón razona con su desamparo
y hay puentes en la calle rota del olvido
que no han sido volados por el corazón.
Cualquier sol con crédito abierto
para los amigos del bar y sus lanzas de fuego.
Un día sin dueños ni nombres prohibidos,
sin comisionistas del futuro
apostando por los balcones del hijo.
Un presente en que gane la vida,
el grito habitable más allá de tu voz;
sin la frágil diferencia de clases
entre paisaje y terror,
infancia y manos que se abren como augurios.

Hay ganas, por debajo del alma,
de darle rienda suelta a la nostalgia
y sus inoportunos secuaces nocturnos.
Ganas repartidas en los buzones del alba,
alusivas como la semántica en invierno;
ganas de congelar las ganancias del odio
sin nadie vestido con derecho al veto;
urgencia de llamar a la duda de enfrente
para arrancarle la mala hierba,
esos vecinos altamente sectarios,
como el sentido humano de lo nuestro,
la crisis fronteriza, el cielo sin burocracia
y otras terapias de soledad,
cada vez más pañuelo y menos aire.
Tratándose de una tregua entre prójimos
y forajidos del rumbo y las jorobas,
tendrá decretos solo para el que calla.

A veces uno necesita una tregua,
cierta ternura en subasta,
un día no laborable para el dolor,
de salir a fecundar el arte de los sueños;
que sobre todos los latidos
perdure el de libertar, el que congrega.
Y como nunca lo dicho será todo,
uno se guarda deseos no publicables,
pacíficamente escritos en el íntimo candor.
Como cualquier hoy, anónimo, de esos
de casa y jardín, lluvia y azules indefensos,
en que te exilias cerca de tu sombra,
invitar al filin a tu fiesta de espejos,
al crepúsculo cuando es ilegal la tristeza;
junto al país sentar a la utopía.
Y que el amor abra fuego, nubes de coraje,
contra la palabra pretexto y la fe sin abrazos;
que el día de salir a votar por los lobos
John Lennon y la Luz toquen a tu puerta.
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